Lecturas del domingo, 26 de agosto de 2018


Aquí podrás encontrar el Evangelio, el Salmo responsorial y las Lecturas del domingo, 26 de agosto de 2018

Primera lectura del domingo, 26 de agosto de 2018

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 14-18

Queridos hermanos: Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras.

Salmo responsorial del domingo, 26 de agosto de 2018

SALMO RESPONSORIAL Sal 150, 1. 2. 3. 4. 5 (R.: 1a)

R. Alabad al Señor en su templo. (O bien: Aleluya)
Alabad al Señor en su templo, alabadlo en su fuerte firmamento. R.
Alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza. R.
Alabadlo tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras. R.
Alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompas y flautas. R.
Alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. Todo ser que alienta
alabe al Señor. R.

Segunda lectura del domingo, 26 de agosto de 2018

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 21-32

Hermanos:
Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.
Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor;porque el marido es
cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia;él, que es el salvador del
cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus
maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia.
Él se entregó a sl mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del
agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga
ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a
sus mujeres, como cuerpos suyos que son.
Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia
carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque
somos miembros de su cuerpo.
«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne.»
Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

Evangelio del domingo, 26 de agosto de 2018

Mt 25, 31-40

Notas